Educando para el pasado, ciegos al futuro

Educando para el pasado, ciegos al futuro

Andrew Roberts
Rector GI School

Lastimosamente, la educación tiende a tener una mirada hacia atrás cuando debemos estar preparando a nuestros hijos y a la sociedad para el futuro. El crecimiento exponencial de la inteligencia artificial (IA) hace necesario un fuerte cuestionamiento de los anacronismos de la educación actual.

Si no has escuchado de Chat GPT 3 y Dall-E2 es hora de descubrir este valiente mundo nuevo y prepararte para la sorpresa de los nuevos avances. Chat GPT se ha mostrado capaz de pasar los exámenes de algunos de los programas universitarios más exigentes del mundo, incluyendo medicina y maestrías de negocios. También logró pasar una entrevista para trabajar con Google como Ingeniero de sistemas. Nuevas plataformas de IA también están generando arte original en el estilo que uno quiere, y, desde hace unos meses, periódicos reputables como el Washington Post han estado publicando artículos escritos por IA.
Las plataformas nuevas no son buscadores o ‘search engines’ como Google, sino máquinas lingüísticas con acceso a billones de datos capaces de generar contenido original. Así, un estudiante que tiene acceso al internet desde su celular o computador tiene en instantes acceso a todas las respuestas de tareas, ensayos o exámenes que un profesor puede exigir, haciendo una gran parte de la educación tradicional irrelevante.

Para entender el increíble poder de la tecnología de hoy y predecir qué viene adelante, es importante tener una perspectiva histórica. En 1965, Gordon Moore, el fundador de Intel, hizo la predicción de que el número de transistores en un chip de silicona iba a duplicarse cada dos años. En términos sencillos, la capacidad de computación se ha duplicado cada dos años durante más de medio siglo generando un crecimiento exponencial. Para visualizar cómo se ve un crecimiento así, imagina que empezamos en 1965 con un solo celular del grosor de un iPhone, y cada dos años pusimos otro celular encima. Después de los primeros veinte años tuvimos una pila de teléfonos de casi ocho metros. Llegando al 2007, cuando salió el primer iPhone al mercado, la torre ya se habría extendido a 16 km y hoy llegaría a más de 4.000 km. Pero, en poco más de una década, ya tendríamos suficientes equipos para llegar hasta la luna. A pesar de que hemos visto avances dramáticos en los últimos veinte años, son insignificantes comparados con los que vienen.
Las repercusiones de la nueva revolución tecnológica e industrial obviamente son mucho más profundas que una disrupción de colegios y universidades. El campo laboral está enfrentando una de las transformaciones más radicales desde la primera revolución industrial. Si los taxistas pueden paralizar la ciudad por la competencia de unos ‘apps’, ¿cómo sería la llegada de carros autónomos? En este momento hay más preguntas que respuestas. La competitividad de una nueva generación y el país depende más que nunca de un sistema educativo que prepare a los jóvenes para el futuro, pero actualmente la mayoría de colegios no lo están haciendo. En vez de desarrollar los talentos y facetas que nos hacen únicos, estamos perdiendo tiempo enseñando competencias que un computador ya puede hacer mucho mejor, privando a los niños de un futuro brillante.

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