Redes antisociales

Redes antisociales

Andrew Roberts
Rector GI School

Vale la pena de vez en cuando reflexionar sobre la revolución en comunicaciones que estamos viviendo. En la época de la colonización, una noticia como la muerte del rey podría tardar meses en llegar desde el continente viejo, hoy estamos viendo imágenes en vivo de una guerra tomadas por los celulares de ciudadanos bajo ataque. En veinte años hemos ido de un internet básico conectado al sistema telefónico de la casa a tener el mundo en el bolsillo. Los celulares que fueron para los emprendedores, ya son tan universales como el aire y el agua. Dicen que si salimos de la casa sin cepillarnos los dientes aguanta, pero olvidar el celular es para regresarnos de una.
Somos seres sociales y la comunicación ha sido una de las destrezas evolucionarias detrás del éxito del ser humano. La misma biología evolucionaria hace necesaria la interacción, la formación de grupos y tribus y la necesidad de pertenecer. Nuestro sistema operativo no ha cambiado en milenios, pero las sociedades y herramientas sí. Ahora estamos conectados por un aparato que mantiene vínculos cercanos y lejanos al instante a través de redes sociales y plataformas de mensajería. Un aparato que nos permite no solamente compartir palabras y voz sino fotos, videos y emociones capturadas en su propio lenguaje de emoticonos y símbolos. Rara vez nos preguntamos si esta revolución comunicativa es compatible con nuestro sistema operativo como seres humanos y si somos capaces de procesar tanta información sobre tantas vidas de una forma saludable. 

Como educador y director de un colegio internacional, con certificación COGNIA y IB en Armenia, he visto de primera mano el crecimiento exponencial en casos de depresión, trastornos alimenticios, ideación suicida, heridas auto-infligidas y nihilismo en adolescentes. Según múltiples estudios, hay una correlación casi perfecta entre el aumento de uso de redes sociales y el aumento de depresión, sobre todo en niñas y mujeres jóvenes que están tres horas o más a la semana. Al mismo tiempo está claro que plataformas como Instagram están desarrollando una conducta obsesiva y adictiva. No debe ser una sorpresa porque en los últimos meses hemos escuchado como los dueños de Instagram y Facebook, Meta, trabajan en una forma sistemática para asegurar que el tipo de contenido llegando a los usuarios fue diseñado para este efecto. También ya se sabe que la empresa estaba consciente del daño infligido en adolescentes, sin cambiar nada. Tanto fue la polémica que el presidente de los EE. UU. invitó a la francesa Haugen, ex-ejecutiva convertida en alertador de Facebook, a su discurso del estado de la Unión inaugural para subrayar la necesidad de enfrentar una crisis en salud mental.
¿Será que Facebook e Instagram merecen toda la culpa? ¿Qué tanto debemos considerar el rol de una cultura que premia un cierto tipo de belleza o que celebra ciertos estilos de vida sobre otros? ¿Por qué no hemos desarrollado la criticalidad para percibir la falsedad de una sonrisa, la vida vacía y repetitiva de un/una ‘influencer’ y para entender que las redes no son espejos para entender nuestras vidas? 

Como padres tenemos que cuestionar porque permitimos que las personas que más amamos, que más queremos proteger, están permitidos a arriesgar su felicidad por horas navegando en este mundo paralelo digital, sin mencionar todos los otros peligros. Está muy bien que Biden y su administración hayan reconocido el problema, pero la solución no puede hacerse esperar de los EE. UU. En cada casa, familia, escuela, colegio (preescolar, primaria y secundaria) tenemos que protegernos, enseñarnos y cuidarnos.

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