El 15 de marzo del 2020 el presidente anunció el cierre de los colegios como medida prudente contra el Covid-19 replicando una estrategia empleada en gran parte del mundo. Creo que nadie esperaba que el cierre podría demorar setenta y siete semanas en algunas instituciones, tanto monolingües como bilingües y campestres de Armenia, Quindío, casi dos años sin pisar una aula, jugar con los amiguitos o tocar un balón. En este momento estoy acreditando un colegio internacional en México que aún tiene un modelo de alternancia y clases virtuales por orden de las autoridades locales. No hay un contraste más fuerte que entre la desesperación de los niños en Zoom con la felicidad de los que están en su querida institución.

En cierto sentido, estamos viviendo un gran experimento social que nos ayuda a re-entender la función de la educación y los colegios. En los últimos años hemos visto una simplificación en donde casi lo único que importaba eran los resultados en las pruebas Saber del Icfes y el número de estudiantes matriculados. Olvidamos que en las escuelas los niños tienen un crecimiento integral desarrollando valores e ideales y aprendiendo a solucionar conflictos e interactuar con pares y adultos. Cada día están formando su sentido de humor, celebrando pequeñas victorias y manejando pequeños fracasos. Un colegio es un laboratorio para la vida y el impacto de cerrarlo tiene graves implicaciones para una generación.

Por supuesto, no podemos negar el impacto de la pandemia en cada familia, ni las lágrimas por tanta pérdida, angustia y duelo. En su momento el instinto de proteger a los niños fue lo más natural del ser humano, pero resultó que cerrar colegios fue fácil, abrirlos de nuevo no tanto. Un deseo de proteger terminó en un daño incalculable y con la realidad devastadora que los más afectados son los más vulnerables. El Comité de Convivencia Escolar departamental ha notado un incremento alarmante en casos de abuso sexual y violencia intrafamiliar durante la pandemia, resaltando que la escuela tiene un rol fundamental en la identificación e intervención en los problemáticas más graves. Según un informe del Banco de la República, muchos niños simplemente han salido del sistema para entrar tempranamente al mundo laboral sin las herramientas para crecer y tener movilidad social y hay una brecha significativa entre los resultados de colegios que entraron al programa de alternancia y los que no.

De todo este panorama tan oscuro, hay una luz. Los seres humanos tienen una capacidad increíble de adaptación, una capacidad que aún es más poderosa en los niños. Si somos capaces de reconocer la realidad y tomar las acciones necesarias podemos reparar el daño. Eso requiere que volvamos a reconocer que los colegios son mucho más que templos de aprendizaje y la vocación de ser maestro no está limitada a compartir conocimientos. Todo nuestro tejido socioeconómico y el crecimiento futuro depende en que podamos celebrar y apoyar el aporte de cada institución, sea urbano, rural, oficial o privado. El Covid ha quitado demasiadas vidas, no podemos permitir que también quite la esperanza de una generación o aumente más la desigualdad.